lunes, 5 de junio de 2023

La contienda

 


Al principio quise aceptarlo con frialdad, cauteloso, conciliador; y siempre buscando el evitar entrar en la contienda. Pero eran feroces y me atacaban mucho y por todos lados: por el cielo, por la tierra, por el mar… Yo aguantaba el fuego con estoicismo y buena cara, pero me escondía. Hasta les enarbolé la bandera blanca esperando ponerle fin a la querella. Pero no lo consideraron.

Más adelante, estimé oportuno adoptar la táctica del hombre de estado, del tipo conciliador, de abordar el asunto y profundizar hasta arreglarlo; siempre, buscando no entrar en la disputa. Pero era tanta la inquina, tanta la inhumanidad, tanta la crudeza de sus ataques, que me fueron menguando. Y yo me escondía y volvía a enarbolar la bandera blanca, esperando comprensión, también benignidad, pero seguían haciendo oídos sordos y atacando.

La destrucción ya era tanta, el dolor me abrazaba tanto, la derrota estaba tan cerca y los daños habían sido tan considerables...

Finalmente, me observé y me encontré malherido, con mis cosas deshechas, rodeado de escombros y pobrezas. A un lado, la bandera blanca, destrozada y convertida en vendas; al otro, rastros de sangre y de mis entrañas.

Sólo cabía tomar una decisión pero yo andaba ya sin fuerzas. Pocas opciones me quedaban, dado mi estado y dado mi ánimo. Podía, simple y plácidamente, abrir los brazos y dejar que la brisa bailara sobre mi cuerpo, mientras el sueño y el sopor me aupaban, y mientras el fragor de la batalla allá abajo iba menguando.

O, también, podía vindicarme: agarrar las escasas fuerzas, apretar los dientes, tensionar los músculos, pintarme el rostro y empuñar las armas; entrando al fin en la contienda.

 

Fotografía y texto: © Ildefonso Vilches.