miércoles, 5 de julio de 2023

Solo había que esperar

 


Abrió bien temprano la ventana del dormitorio y se frotó los ojos; entonces observó a través de los cristales rugosos el lago, y los primeros brillos de la mañana, y la claridad asomando por la cúspide de las montañas.

          Descorrió el cerrojo y empujó la pesada puerta de la casa, y la brisa fresca inundó sus ojos mientras desfilaba rauda para meterse en el salón. Ya en la calle, se agachó, arrancó una brizna de hierbabuena que crecía a la orilla del porche y se la llevó primero a la nariz y luego a la boca. Y caminó despacio y largo, dejando el tiempo pasar, siguiendo la línea de la orilla, a la vez que lanzaba piedrecitas al agua. A su lado, corría contento y le seguía su perro Hidalgo moviendo mucho la cola. Él, se sentía dichoso y libre arropado por aquel apabullante silencio, así que se sentó al borde del agua, se descalzó y sumergió ambos pies en el fluido gélido mientras aguantaba con lágrimas en los ojos la impresión, la primera y fuerte impresión de la mañana.

Finalmente, ya de vuelta, recogió de la leñera unos troncos, un par de piñas y un puñado de finas ramas secas para encender el fuego de la chimenea.

Recién despierta por el rumor de los pasos de él deambulando por la alcoba, se asomó a la ventana de cortinas descorridas, observó el inmenso lago, notó la frialdad de la mañana y se dispuso a salir de la habitación mientras se recolocaba el cabello que le caía sobre el rostro. Al salir a la puerta, arrancó una brizna de albahaca que crecía a la orilla del porche y la olió; luego se abrazó al sentir el frescor abrigándose con la bata. En silencio, se alejó de la casa en dirección a la orilla y quedó larga y pesadamente observando: el agua quieta, el vapor del lago ascendiendo y el verde y robusto paisaje de la montaña.

Ya de vuelta, recogió del corral una cesta de huevos y unos cuantos tomates de la fresquera, y entró en la casa tal y como se sentía: dichosa y feliz.

En el salón, agachado sobre el fuego, estaba él en el momento en que entró con la cesta. Al notar sus pasos, se incorporó y se volvió para mirarla. Ella, al fin, concentró su mirada perdida y ambas coincidieron, chocando en un encuentro formidable.

Y se unieron formando un colosal haz de luz que iluminó todo el salón -el cual parecía estallar- como con una niebla espesa y muy blanca; blancura que se escapaba por las ventanas e inundaba el bosque y el lago dejándolos iluminados como si fuese media mañana. Todo ello, mientras los primeros rayos de sol aún no asomaban por entre las cimas de las altas montañas. Y de repente todo floreció: el musgo inundó las sendas, las flores de primavera brotaron en pleno enero, y la fresa, el caqui, el melocotonero…, todos los árboles frutales y las matas de la huerta lanzaron sus frutos reventando el paisaje con fuertes colores. Y la fresca fragancia ocupó todo el monte y hasta un arcoíris se insinuó flotando sobre el lago.

Al otro extremo, justo allá enfrente, entre dos luces, sentados en silencio a la vera del lago, un par de pescadores impacientes quedaron al fin maravillados y complacidos. Al levantarse para marcharse, sinceramente emocionados, convinieron en que, en efecto, solo había que esperar.

 

© Fotografía y texto: Ildefonso Vilches.