jueves, 15 de diciembre de 2022

Todo lo que uno llega a ser


     Como cada día, a media mañana, acudió al despacho, en plena Quinta Avenida; aparcó en la plaza reservada del parking y entró al edificio por la puerta principal. Allí, el conserje, le ofreció su mejor sonrisa y le deseó feliz día. Ya adentro, intercambió saludos leves con el personal que deambulaba por el hall, tomó el ascensor, comentó con el ascensorista algo intranscendente y esperó con cierta mortificación a que parara en la planta treinta y dos.

     Introdujo la clave y la puerta del despacho se entreabrió, empujó con el maletín y pasó a dentro; entonces la luz se prendió, se desplegó una enorme pancarta, volaron confetis y globos de colores y una muchedumbre escondida asomó de la oscuridad cantando cumpleaños feliz.

     Allí estaban su madre, mayor, enferma, cansada, y a su lado el espectro de su padre; su esposa, sonriente y fingiendo felicidad a pesar de serle infiel con su entrenador personal; a su lado sus suegros, que sin duda habían sido arrastrados sin una pizca de piedad hasta allí; María, su secretaria, su amante de toda la vida, ya no tan joven y con el rostro lleno de arrugas por tanto esperarle; Alberto, su director, incómodo y mordiéndose los labios para impedir que surgiera su intestina e inagotable inquina; Carmen, su amante reciente, joven, exuberante…, tal vez excesivamente fogosa para él y para su escaso tiempo; Javier, su enemigo íntimo, pero fiel y entrañable; Saúl, su mano derecha, su mayor devoto, honesto, alguien en el que poder confiar, su verdadero amigo; Luis Tomás…

© Fotografía y texto: Ildefonso Vilches.

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