lunes, 28 de diciembre de 2020

Más allá

     



Más allá, cerca del horizonte, sobre aquellas lomas azuladas -de las que vengo y a las que desde aquí apenas si se distinguen- viven ellos: los hombres herméticos, seguidores de Hermes.

Allá, a las orillas de exiguos arroyos de escasas aguas tienen sus casas; construidas de troncos de madera enlazados con esparto y recubiertas de ramas de lentisco y retama. Cada puerta la adornan con una maceta de tiesto de barro, en donde crece cada primavera una flor azulada, maravillosa, de pétalos ovalados, y que no se da en ninguna otra tierra.

De sus corolas picadas obtienen un polvo del cual, mezclándolo con sangre de alimaña y preparado en infusión, consiguen una bebida reconstituyente, mágica, que te fortalece el cerebro y hace que siempre te acudan al consciente pensamientos buenos.

Aquí la traigo.

Ojalá sea cierto.

 

© Fotografía y Texto: Ildefonso Vilches Ruiz.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Al fin es primavera

 

 

Al fin se ha derretido la nieve y ha salido el sol. Los campos lentamente van reverdeciendo, aunque permanecen todavía húmedos, mientras los arroyos aumentan enormemente su caudal. En las casas, el frío continúa impregnando las paredes de los cuartos.

Hoy, bien temprano, salgo tranquilo por la vereda que lleva a mi campo, dejando que los rayos del sol me acaricien las espaldas, respirando fuerte para sentir las fragancias de las plantas aromáticas y guiñando los ojos porque aún no se han habituado a la claridad.

Hoy volveré tarde. Hoy pienso entretenerme por esas lomas.

 

© Fotografía y texto: Ildefonso Vilches Ruiz.

El arroyo sobre nuestra casa

         

 


Se ennegreció el día y el cielo comenzó a desplomarse a pedazos.

Abajo estábamos nosotros, a la puerta de nuestra casa. Cogidos de la mano y temblando; mirando al cielo y viendo cómo se deshacía en relámpagos encima nuestro.

Se formaron varios charcos y los truenos resonaron con violencia. Cayeron muchos rayos y el agua al impactar con fuerza hería con enormes zanjas los campos. Quedamos paralizados, frente a la puerta de nuestra casa, observando, contemplando cómo el agua era arrojada como en un arrebato desde los cielos.

Corrí con los míos al interior y los dejé allí al resguardo. Besé a mi nena la chica en la mejilla, a la grande en la frente y a mi mujer tan solo pude apretarle el brazo. Luego salí a la calle enfurecido y caí de hinojos sobre el lodo. Entrelacé las manos y, aunque nunca había creído, supliqué, a quien arriba estuviera, que refrenara el diluvio y detuviera las aguas. Luego, vinieron mi mujer y mis hijas, a levantarme y a traerme un poco de dignidad. Acabamos refugiándonos dentro, alrededor del fuego.

A la mañana siguiente, cuando ya todo había pasado, nos asomamos a una ventana y desde allí pudimos comprobar que un arroyo de aguas rojizas había atravesado nuestra casa.

 

© fotografía y texto: Ildefonso Vilches Ruiz.