sábado, 30 de septiembre de 2023

En aquel lugar

 


Cuando llegué allí, a aquella cala al borde del paseo marítimo, a aquel rinconcito resguardado del temporal, abarrotado de pequeñas barcas pesqueras, dominado por un baluarte al que según la marea se podía o no acceder por tierra; supe que había llegado a mi lugar.

Venía triste con el rostro demacrado por la escasez de asiento como el errante por un desierto necesitado de agua. Había atravesado inmensas riberas y humedales, llanuras infinitas plantadas de mieses; había subido a la cima de montañas y me había perdido por bosques de pinos y fresnos; y había rodeado humedales y marismas y lagunas medio secas…

Venía triste y desolado. Porque nadie me acompañaba que inicié el camino solo y lo continúe durante muchas jornadas sin que nadie se apiadara de mi soledad. Y me miraban con ojos acuosos, y me interrogaban con rostros extrañados, y me señalaban con dedos vacilantes como diciendo: “Ahí va… ese”. Pero jamás cedí a la amargura y al apartamiento, que me apoyé en mí mismo para siempre continuar el camino como quien se apoya en una verja de una finca yerma. Y nunca dudé. Tampoco de mí.

Al llegar allí, la brisa fresca del atlántico me resbaló por el rostro y me despejó la cara de cabellos. Entonces eché la cabeza hacia atrás, aspiré profundamente y sonreí como loco de contento. Allí estuve parado largo tiempo, haciendo inventario, repasando mis diferentes momentos, conciliándome con la madre naturaleza, volviendo a mis orígenes…

Cuando desperté del trance solté mi báculo de madera, en el que me había apoyado durante toda la travesía, dejé que rodara por el suelo sabiendo que nunca más me haría falta y, miré hacia atrás, hacia tierra, hacia la ciudad; y allí estabas tú, aún con el cayado en la mano, con los ojos guiñados mirando al cielo, dejando que la brisa atlántica te retirara el cabello del rostro y haciendo inventario de toda una vida. Al fin abriste los ojos y tu mirada explotó contra la mía en plena caleta haciendo que muchas de aquellas barquitas navegaran solas arriba y abajo de la orilla.

 © Fotografía y texto: Ildefonso Vilches.

martes, 19 de septiembre de 2023

A poniente

 


Decía una canción del grupo de rock aficionado de unos amigos, allá por los ochenta: “Construiré un bote y navegaré a poniente para escapar, no espero encontrar gente amable…” (La Licencia).

Soplaba un fuerte viento que hacía que el pequeño velero volara acariciando el mar; pero se cernían nubes negras que presagiaban tormenta acompañada de vientos y fuertes oleajes. Llamé a Laura y mi amada surgió por la escotilla con aquella: su impactante sonrisa.

Le pedí que me ayudara con los cabos y el velamen para recogerlos e impedir que la tormenta los dañase. Inmediatamente arranqué el motor y puso rumbo al puerto. Estábamos a bastante distancia pero confiaba en bordear la tormenta a la par que me acercaba a tierra.

De repente el cielo tronó, saltaron relámpagos y un fuerte viento acompañado de olas gigantescas cercaron nuestro pequeño velero. Aquí comenzó una desigual lucha entre los elementos y mi escasa experiencia como capitán de navío. Laura me auxilió en todo cuanto pudo y durante unos eternos minutos la batalla se encarneció. La miraba, me miraba, y sin decir nada nos sinceramos: íbamos perdiendo.

Al cabo, la botavara salió despedida y fue a impactarme en el rostro. Aquí comenzaron mis tinieblas y mi cerebro en negro. Se ve que caí inconsciente.

Desperté aun luchando, gimiendo, asustado… A mi lado se encontraba Laura que me miraba con una expresión de eterna espera. Sonrió y musitó: “Bienvenido”.

Laura nos había sacado de aquella tormenta y había conseguido ponernos a salvo navegando hacia un día soleado con una inmensa mar en calma. Le abracé, le besé, le agarré fuertemente la cabeza y le susurré: “Nada sería igual sin ti”.

Al fin dejé de gemir, tomé el timón – al este se insinuaba la silueta de la costa de la pequeña isla- y con total gallardía puse rumbo a poniente, junto a mi amada, en donde no esperaba encontrar a nadie.

 

© Fotografía y texto: Ildefonso Vilches.