viernes, 9 de diciembre de 2022

Al caer la tarde

 

Empujó la vieja puerta desvencijada de aquella cabaña perdida a la orilla del lago, sitiada por un inextricable bosque de encinas, y de árboles frutales y de restos podridos de animales y otras alimañas. Al abrirse sobre sus goznes un trozo de puerta resbaló del marco cayendo al suelo dejándola entreabierta. La observó con hondo quebranto, la entrada oscura; con el rostro asediado por el miedo, con las venas de las sienes engordando hasta casi estallar; mediando entre el huir y el acceder con una encomiable fuerza interior. La suya, la de un padre rasgado en las entrañas desde hacía varios días.

A su espalda, el sol caía rendido ante la frondosa arboleda; la brisa con pesadumbre se aligeraba y encontraba rendijas entre ramas y vegetación hasta salir airosa y soplar con rabia. El silencio era estructural, esencia de aquel bosque.

Al entrar al salón, los rescoldos de una chimenea mortecina caldeaban la estancia. A su lado, sobre la mesa del comedor, junto a un almuerzo de breves bocados, rodeados de migajas y mantequillas perdidas, entre platillos violáceos de mermeladas de mora y de vasos de jugos de gustos sabrosos; sus cuerpos, jóvenes, tersos y sin mancha, yacían bañados en sangre.

Y aún tuvo que certificar, con una mirada más redundante, más fría; que por los ojos se les había esfumado la vida, y por los orificios de sus cráneos, y por los charcos de sangre.

 

Fotografía y Texto: © Ildefonso Vilches


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