Abajo estábamos nosotros, a la puerta de nuestra casa. Cogidos de la mano y temblando; mirando al cielo y viendo cómo se deshacía en relámpagos encima nuestro.
Se formaron varios charcos y los truenos resonaron con violencia. Cayeron muchos rayos y el agua al impactar con fuerza hería con enormes zanjas los campos. Quedamos paralizados, frente a la puerta de nuestra casa, observando, contemplando cómo el agua era arrojada como en un arrebato desde los cielos.
Corrí con los míos al interior y los dejé allí al resguardo. Besé a mi nena la chica en la mejilla, a la grande en la frente y a mi mujer tan solo pude apretarle el brazo. Luego salí a la calle enfurecido y caí de hinojos sobre el lodo. Entrelacé las manos y, aunque nunca había creído, supliqué, a quien arriba estuviera, que refrenara el diluvio y detuviera las aguas. Luego, vinieron mi mujer y mis hijas, a levantarme y a traerme un poco de dignidad. Acabamos refugiándonos dentro, alrededor del fuego.
A la mañana siguiente, cuando ya todo había pasado, nos asomamos a una ventana y desde allí pudimos comprobar que un arroyo de aguas rojizas había atravesado nuestra casa.
© fotografía y texto: Ildefonso Vilches Ruiz.
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