Tras un día fatigoso de trabajo, de haber salido de caza,
regado el huerto y recogido las hortalizas, abonado los árboles frutales,
recogidos los huevos y dado de comer a las gallinas y los conejos; de no haber
tenido un tiempo, esos instantes de pararse uno a pensar y dejar que la mente
vuele por los cinco continentes, a través de los desiertos y las selvas, por
mitad de los ríos y las acequias, navegando a todo trapo por el océano…
Tras luego una tarde, más fría aunque todavía soleada,
limpiando las cuadras de los caballos, las conejeras y el gallinero; de haber
cortado leña y haber recogido moras y frutas del bosque; al fin, uno, ya puede
sentarse frente a su chimenea, con una taza de té en la mano y recrearse con
una satisfacción indecible en sus pensamientos, que te hacen volar y te
desplazan a tierras lejanas, con gentes distintas y acentos extraños; aun
sentado en tu sillón.
Mientras, a fuera cae el frío del atardecer, pero aquí
dentro no lo noto, la chimenea, la cabaña toda de madera gruesa, el suelo
también, guarda con celo el calor y lo desprende generosamente para que
nosotros nos sintamos confortables. Creo sentir la paz por dentro.
Ya se oyen los gritos de los nenes que vuelven andando de
la escuela, atravesando el monte y algunos ríos y arroyaderos, y con ellos su
madre, la maestra, que ha estado todo el día enseñando a los niños del monte a
leer y a escribir, y a echar correctamente las cuentas; y con ellos, el equilibrio
y la tranquilidad a mi casa, encharcándola de regocijo.
Este, ha sido un nuevo día que ha servido a su propósito:
nuestro placer y armonía. Me felicito por él.
© Fotografía: Martín López Poveda
© Texto: Ildefonso Vilches
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