lunes, 13 de marzo de 2023

Aire limpio

 


    Caminé despacio siguiendo las vueltas por el caminito de piedra, dejando que el aire me despeinara, que su frescor me abanicara las mejillas y que olor de las albahacas me transportara en volandas. Subí las escaleras escoltadas por leones pétreos y paré indeciso frente a la colosal puerta. No había llegado a tiempo y allí me esperaban y me odiaban todos. Varios, me lanzaron miradas oblicuas; otros, la mayoría, apenas si me miraron para no distinguirme. Ella se acercó blanda y como contando los pasos, de inmediato me abrazó. En ese punto, entramos a la suntuosa biblioteca y comenzó la reunión.


    La casería, un cortijo que aspiraba a palacio barroco francés, estaba rodeado de jardines artificiales, cortados a ras, formando figuras y laberintos; pero también de naturaleza salvaje al otro lado de la tapia. Desde aquella me llegaba el olor del membrillo maduro, del caqui y de los higos flácidos.

   Hablaban y exponían, a veces se interrumpían con aspavientos y agresivos gestos, y vociferaban, y se decían cosas feas. Yo, mientras, miraba por la ventana, al bosque del fondo, a los bardales repletos de matorrales de moras y de frambuesas rojas. Ella, a menudo, me acariciaba; había pasado tanto tiempo que apenas si recordaba su olor.

    Hacían cuentas y valoraban campos, casas, haciendas, animales, cosas… Yo, mientras, aspiraba profundo para que me alcanzara el olor a menta y a hierbabuena, y a tomillo y a orégano. Alguien me preguntó. Todos volvieron sus rostros hacía mí y dibujaron con sus arrugas de la cara cientos de signos de interrogación. Esperaron tensionados y en silencio, apenas si respiraban. Ella, ahora agarrada a mi mano, me animó, y dibujando su sonrisa postiza me invitó, conciliadora, a que expusiera mis peticiones.

    Al fin me levanté, posé en el aire la mano de ella, y sin dejar de mirar a través de la ventana, me aflojé el nudo de la corbata y en voz bajita, con apenas un susurro, pronuncié. “No, yo no quiero nada”.


Fotografía y Texto: Ildefonso Vilches.

lunes, 6 de marzo de 2023

Solo por ti

 



    Gritaré desde lo más hondo de mi garganta para llamar la atención de tu alma y, así, hacerte saber que estoy ahí, a tu lado. Luego, me pondré en pie sobre ti y bailaré hasta el amanecer o hasta que la losa se haga añicos. Y cuando esto ocurra saltaré una y mil veces sobre las flores hasta que no quede ni un sólo pétalo, y ni un sólo tallo, sin tascar. Y entonces…

    Entonces recogeré el jugo con las manos y lo beberé. Luego, me dejaré caer sobre los restos, sobre la losa, boca arriba, mirando al cielo estrellado, a apenas unos metros sobre ti; y lloraré hasta que amanezca o hasta que también yo me muera.

    Cuando los primeros rayos de sol me impacten sobre el rostro sabré que sigo vivo, entonces volveré a pensar en ti y silbaré nuestra canción hasta que mis pulmones se queden sin aire; y entonces…

    Entonces marcharé despacio, como sin fuerzas, con la mirada arrastrando por el suelo, con las manos caídas y el rostro húmedo… Huiré.

    A un lugar apartado. A uno que esté bien retirado, en donde pueda yo dejarme caer y pararme a pensar. Te pensaré mucho. Y no saldré de ese rincón hasta que consiga que dejes de ser mi amor. Mi bello, joven y único amor: la niña de mis sueños. Y hasta que al fin te conviertas en una página más, en una amarilla, raída, de filos rasgados, con la tinta apagada, de olor a rancio… del libro de mis recuerdos.

Fotografía y Texto: © Ildefonso Vilches


Revista ED Cultura Dos

Reseña de Alicia Martín López