Gritaré desde lo más hondo de mi garganta para llamar la atención de tu alma y, así, hacerte saber que estoy ahí, a tu lado. Luego, me pondré en pie sobre ti y bailaré hasta el amanecer o hasta que la losa se haga añicos. Y cuando esto ocurra saltaré una y mil veces sobre las flores hasta que no quede ni un sólo pétalo, y ni un sólo tallo, sin tascar. Y entonces…
Entonces recogeré el jugo con las manos y lo beberé. Luego, me dejaré caer sobre los restos, sobre la losa, boca arriba, mirando al cielo estrellado, a apenas unos metros sobre ti; y lloraré hasta que amanezca o hasta que también yo me muera.
Cuando los primeros rayos de sol me impacten sobre el rostro sabré que sigo vivo, entonces volveré a pensar en ti y silbaré nuestra canción hasta que mis pulmones se queden sin aire; y entonces…
Entonces marcharé despacio, como sin fuerzas, con la mirada arrastrando por el suelo, con las manos caídas y el rostro húmedo… Huiré.
A un lugar apartado. A uno que esté bien retirado, en donde pueda yo dejarme caer y pararme a pensar. Te pensaré mucho. Y no saldré de ese rincón hasta que consiga que dejes de ser mi amor. Mi bello, joven y único amor: la niña de mis sueños. Y hasta que al fin te conviertas en una página más, en una amarilla, raída, de filos rasgados, con la tinta apagada, de olor a rancio… del libro de mis recuerdos.
Fotografía y Texto: © Ildefonso Vilches
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